El aborto es, a estas alturas, un asunto económico. Entendamos esto de una vez por todas (y luego, el que quiera que lo niegue): cuando una mujer decide abortar, aborta. Aborta le cueste lo que le cueste, sea su caso ‘permitido’ o no, profese una religión o ninguna, con apoyo o en soledad. Si en una sociedad se puede abortar, si existe esa posibilidad aunque solo sea para algunos casos, todas las mujeres se sienten incluidas. Abortar es una decisión tan brutalmente íntima que resulta inútil intentar entrometerse entre la mujer y su determinación. No es necesario argumentar todo esto, cualquier mujer sabe a qué me refiero, incluso las de la más rancia derecha y las católicas fundamentalistas.

O sea, que el Gobierno del PP modificará la actual Ley sobre «la interrupción voluntaria del embarazo» y eso no evitará ni un solo aborto.Abortará el mismo número de mujeres que antes, pero abortarán peor. Las mujeres ricas lo harán en clínicas privadas con aspecto de gimnasio «exclusivo» como si acudieran a restaurarse el último retoque de pechuga. Lo mismo que sus hijas, acompañadas de mamá o de una amiga zangolotina. Después, el domingo volverán a misa, porque los engorros, ellas lo saben bien, están para eliminarlos e inmediatamente lanzarlos al olvido. Usted ya me entiende, ministro Gallardón.

Por eso se trata de un asunto económico. Cualquier recorte o supuesto que delimite quién tiene derecho a abortar, afecta solamente a las mujeres pobres, ¿o es que alguien piensa que las chicas bien rompen sus embarazos en la Seguridad Social? Lo dicho, a las pobres, lo que en la actual situación de precariedad severa, anuncia a gritos calamidades francamente feas. Las mujeres pobres que no puedan abortar en la sanidad pública, las excluidas por caprichosos supuestos, abortarán en trastiendas de peluquerías o bazares con locutorio, en pisos cochambre o sentadas al retrete de su propia casa. Porque, no les quepa duda, abortarán igual, solo que sin la mínima higiene necesaria, sin garantías para su salud y sin posteriores revisiones clínicas. Abortar mal será cosa de pobres, como toda la vida, como cuando aún éramos bárbaros.

En cuanto a lo de parir criaturas con malformaciones, lesiones cerebrales, etcétera, lo mismo. Aquellas personas ricas que opten por dar a luz, a sabiendas, hijos dependientes con discapacidades, tendrán cómo pagar sus atenciones 24 horas al día, siete días a la semana, y luego tendrán dónde internarlos definitivamente para que no les falte asistencia. Allá ellos con sus cruces, sus sacrificios y sus hobbies. Si alguna mujer pobre pare un hijo digamos discapacitado, todo lo que podrá permitirse son sus manos y las horas de jornadas enteras que no volverán ya a ser días laborables, insuficiente atención, sufrimiento -el suyo y el del crío-, pánico de futuro, culpa y miedo.

Las mujeres, todas nosotras, absolutamente todas -Esperanza, Dolores, Soraya, Ana, Alicia, Luisa Fernanda, ya me entendéis-, abortaremos cuando lo decidamos, caiga quien caiga. Ninguna de nosotras que haya decidido hacerlo, dejará de abortar. Cuando el Gobierno implante sus «supuestos», abortarán con garantías solamente aquellas que lo puedan pagar. El resto abortaremos como buenamente podamos. Como dijo aquel, es la economía, estúpido.
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PD. Y ahora, lo que considero incontestable y no necesita argumentos: Si usted no quiere abortar, no lo haga. ¿Qué carajo hace metiendo las narices en mis decisiones?

Autor: Cristina Fallarás, Para: El Mundo.

Fuente: http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/ellas/2013/04/23/abortar-cosa-de-ricas.html